Por Nancy DeMoss Wolgemuth

[Jesús] preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los

hombres que soy yo?... Y vosotros, ¿quién decís que soy?

—Marcos 8:27, 29

Todo el mundo tiene una opinión acerca de Jesús. Eso quedó claro cuando Jesús mismo, estando aquí en la tierra, preguntó a sus seguidores más cercanos lo que habían oído a las multitudes decir acerca de Él. Ellos refirieron un sinnúmero de respuestas, tal y como la gente hace hoy día. Muchos incrédulos reconocerán que Jesús fue un buen hombre, un filósofo sabio, un ejemplo moral, un gran maestro. Otros, por supuesto, insistirán en que fue un fraude, un fanático. Algunos creen que sus palabras e influencia constituyen una amenaza para la sociedad moderna. Al parecer, la mayoría lo asocia con varios personajes que según la historia y la tradición son fundadores de las religiones del mundo.

“Y vosotros”, preguntó Jesús a sus discípulos, en un tono más directo y personal, “¿quién decís que soy?”. Eso es lo que Jesús quería oír realmente.

Es una pregunta que todos debemos responder, tarde o temprano: “¿Quién dices tú que es Jesús?”. Simplemente, no hay escapatoria. Y sea cual sea tu respuesta, acarrea serias consecuencias para tu vida y para tu futuro. De modo que es preciso basarla en más que conjeturas o conocimiento común. Debe contener más que simple jerga cristiana.

Tu respuesta debe basarse en la verdad. La verdad que nos ha sido revelada. La verdad que ha pasado la prueba del tiempo y ha soportado el odio, la burla y toda la confusión de la humanidad, para seguir señalando una sola conclusión razonable: Jesús es incomparable.

No hay nadie como Él.

Solo Él es Dios encarnado. Solo Él murió́ por los pecados del mundo. Solo Él resucitó de los muertos para jamás volver a morir.

En un plano más personal, solo Jesús es poderoso para salvarnos de la sentencia de muerte que merecemos justamente. Solo Él es poderoso para santificarnos, transformarnos, hacernos santos y librarnos de nuestra culpa delante de Dios. Solo Él es poderoso para satisfacer nuestra alma sedienta, darnos descanso y fortalecernos cuando nos cansamos de luchar. Y solo Él, lejos de dejarnos batallando con nuestra incapacidad para agradar al Padre, vive eternamente para ayudarnos, para facultarnos, para defendernos de los ataques y las acusaciones que combaten contra nuestra alma, las cuales amenazan nuestras familias, frenan nuestro progreso y confunden nuestras decisiones.

Jesús sigue ahí. Y Jesús es poderoso hasta hoy.

Porque Jesús es incomparable.

“Nadie más posee sus credenciales”, escribió́ el teólogo John Stott.

“Podemos hablar de Alejandro Magno, de Carlomagno o de Napoleón el Grande, pero no de Jesús el Grande. Él no es el Grande. Él es el Único”.

Quiero que sepas con precisión quién es Jesús, quién dices que es Jesús, conforme a lo que la Palabra dice que Él es. Si bien es siempre valioso e importante aprender más acerca de Jesús, tanto en la Pascua como en cualquier momento del año, la verdadera razón por la que necesitamos conocerlo a Él es para que lo amemos, adoremos, confiemos en Él y lo obedezcamos, así́ como para que lo demos a conocer a otros, esparciendo “en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Co. 2:14).

Hay una certeza que es indiscutible: Cuanto más lo conozcas, más te darás cuenta de que Él es, en verdad... Incomparable.

* Adaptado del libro Incomparable: 50 días con Jesús.