Por Shannon Popkin y Lee Nienhuis

Desde nuestra más tierna infancia, la mayoría de nosotras nos pasamos el día intentando ser una persona sin ningún defecto. Cuando nos sentimos disminuidas o expuestas, nos cubrimos y escondemos. Y si finalmente damos la talla, nos perdemos en el perfeccionismo, la independencia y el orgullo. O tal vez renunciamos a la esperanza de encajar y nos juntamos con las chicas “raras a propósito”, las que están tan hartas de no dar la talla que deciden no molestarse en encajar.

Todas estas respuestas nos alejan de la libertad y la alegría. En cambio, nos llevan a temer lo que puedan pensar o decir los demás. Terminamos por tratar de demostrar cuánto valemos y de dar la talla, mientras todo el tiempo tememos que alguien pueda descubrir que somos una farsa.

Cuando consideras toda esa presión, ¿no estás harta de vivir como una chica obsesionada con las comparaciones? Eso esperamos. No es forma de vivir. Puede que haya mil formas de dar la talla, pero ninguna de ellas nos hace sentir plenas. La respuesta lógica es: “Deja de compararte”, pero nuestra pregunta es: “Bien, ¿cómo?”. La comparación es tan natural como darte cuenta de que tus zapatos son más grandes que los míos, o de que has sacado un Sobresaliente cuando yo he sacado apenas un Suficiente. ¿Qué podemos hacer? ¿Ponernos anteojeras como las que llevan los caballos?

Y cuando intentamos no compararnos, irónicamente, ¡también es agotador! Muchas de nosotras sabemos que no debemos mirar a nuestro alededor para compararnos con los demás. Así que redoblamos nuestros esfuerzos y nuestros intentos de corregir nuestra inclinación a compararnos. Todo se convierte en un círculo vicioso. La comparación es una trampa de la que no podemos escapar por nosotras mismas. Está en todas partes y nunca se acaba.

¿Cómo obtenemos el poder para dejar de hacerlo? El poder para dejar de hacer comparaciones no está en nosotras. (¡¿Qué?!). Luchar y batallar contra la comparación por nuestra cuenta solo nos lleva a un problema peor. Hay batallas que libramos y problemas que enfrentamos que solo se pueden vencer con la ayuda de Dios. De hecho, el poder para dejar las comparaciones solo llega cuando dejo de intentar hacerlo sola. Corregir el problema de la comparación viene del Espíritu de Cristo que obra en mí para renovar mi mente y mis procesos de pensamiento. El poder que transforma nuestra vida solo existe en el contexto de una relación con Él. No hay escapatorias, atajos, trucos ni códigos.

Cuando se trata de cambiar nuestra mente y nuestra vida, la ayuda está solo a una simple oración silenciosa de distancia. Ten la libertad de hacer una oración como la mía.

Jesús:
Te pido que me ayudes. No puedo corregir esto yo sola. Enséñame tu camino y dame un corazón dispuesto a seguirlo. Amén.

Amigas, Jesús se acerca a nuestra necesidad. Es entonces cuando aparece con su poder. Y cuando aparece con su poder, la comparación no tiene ninguna oportunidad.

* Artículo adaptado del libro ¡No te compares! para chicas