Por: John MacArthur
Ninguna función es más importante o más sagrada en mi vida que mi rol de esposo y padre. Allí es donde más se ve mi verdadero carácter, y es el mayor indicador de mi éxito o fracaso en general como líder y ejemplo a seguir. El resto de las funciones que cumplo como pastor, educador, autor o líder de ministerio se verían seriamente comprometidas si no condujera a mi familia como es debido. De hecho, es una de las pruebas clave que muestra si un hombre es apto para liderar una iglesia, “pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1 Timoteo 3:5). Por el contrario, si un hombre cultiva la gracia, la bondad y la mente de Cristo en su vida de hogar, naturalmente, el fruto del Espíritu se verá́ en abundancia en cada faceta de su vida: su desempeño laboral, todas sus relaciones y su conducta en el mundo.
Además, puesto que el hogar es donde se ve más claramente el verdadero temperamento de una persona, nadie conoce mejor el verdadero carácter de un hombre, que sus propios hijos. Ellos ven con más claridad de la que muchos de los padres pueden imaginar. Si la figura pública de un hombre no es más que una fachada hipócrita que desaparece en la privacidad del hogar, los niños serán los primeros en notarlo. De hecho, es difícil imaginar algo más destructivo que eso para el desarrollo moral y espiritual de un niño. Un padre malo, hipócrita o indiferente no es solo un ejemplo constante y permanentemente negativo; su influencia también engendra cinismo, incredulidad, desaliento, resentimiento y toda una nueva generación de hipocresía en sus propios hijos. Por esto, Dios visita “la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación” (Números 14:18; cp. Éxodo 20:5; 34:7).
Sin embargo, del lado positivo, nadie puede tener una influencia positiva más fuerte o duradera en la vida de un hijo, que un padre espiritualmente firme. Criar a nuestros hijos “en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4) no solo es un deber, sino también un gran privilegio; porque “el hijo sabio alegra al padre” (Proverbios 10:1; 15:20). No hay mayor gozo en la vida, que ver a nuestros propios hijos caminar en la verdad (cp. 3 Juan 4). En otras palabras, nada merece más la inversión de tiempo y energía que ser un líder piadoso en tu hogar. Los beneficios que obtendrás incluyen riquezas eternas de valor inestimable y recompensas terrenales, que son más agradables y valiosas que cualquiera de las riquezas materiales.
Sin duda, la paternidad es uno de los temas sobresalientes de las Escrituras, donde encontramos principios para la crianza de los hijos desde Génesis hasta Apocalipsis. Pero, al recopilarlos y organizarlos, descubrimos que los preceptos bíblicos para los padres son escasos y simples. A diferencia de muchos de los manuales modernos para la crianza de los hijos, las Escrituras no se refieren a la crianza de los hijos como un enigma misterioso y confuso. La responsabilidad de los padres es bastante sencilla y básica. Lo que hace que la paternidad parezca difícil son nuestras propias incongruencias y debilidades. Esto se debe a que, ante todo, la crianza de los hijos es una tarea espiritual; una tarea en la cual la rectitud moral personal, el dominio propio y la mortificación de nuestra propia carne son todos prerrequisitos necesarios para disciplinar e instruir correctamente a nuestros hijos. En resumen, la única manera de ser un papá que guíe bien a sus hijos es ser un padre que viva bien.
* Extraído del libro Sé el papá que tus hijos necesitan.