Por Douglas Sean O'Donnell y Leland Ryken

En su clase magistral en video sobre «Narración y escritura», Salman Rushdie afirma: «Necesitamos historias para entendernos a nosotros mismos. Somos la única criatura que hace esto tan inusual: contarnos historias para intentar comprender qué clase de criatura somos». Más adelante dice: «Cuando un niño nace, lo primero que pide es seguridad y amor. Lo siguiente que el niño pide es: “Cuéntame un cuento”». Ahí es donde empezamos. La experiencia humana «Cuéntame un cuento» es quizá el impulso humano más universal.

Vivimos en un mundo de historias, y nuestras vidas tienen una cualidad narrativa. A todos nos gustan las historias. Así que, ¿por qué no íbamos a hacer todo lo posible, como predicadores, por entender cómo manejar (incluso dominar) este género? ¿Quieres conectar con tus fieles? Por supuesto. Entonces no subestimes el poder de comprender y comunicar las historias diseñadas por Dios de forma única a personas hechas a su imagen. No encontrarás material para sermones más prometedor que las historias que Dios dio a su Iglesia y a su mundo.

Si has ido al seminario, habrás aprendido que no hay principio de hermenéutica bíblica más importante que el de que un texto escrito debe abordarse en función del tipo de escrito que es. ¿Verdad? Puede ser. Y seguramente tuviste toda una clase sobre predicación narrativa. ¿Verdad? No. O, probablemente no. Pues bien, en este capítulo no ofrecemos una clase magistral, pero sí un tutorial breve y, esperamos, inspirador. Queremos ayudarte a aprender más, a construir tu biblioteca y a leer realmente lo que hay en ella. Pero sabemos que los pastores están ocupados, ¡casi tanto como los eruditos literarios y los editores bíblicos! Así que nuestro Manual conciso sobre la predicación narrativa (a la vez que vigoriza a los elegidos y cautiva a los conversos) te está esperando. Comenzamos con los dos pasos fundamentales que debes dar cada vez que te acerques a una historia bíblica.

En primer lugar, saber que una historia es una historia. Sé capaz de identificar el género. Si el texto que tienes delante empieza así: «Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana», tienes que apagar el televisor, el ordenador o la aplicación. Pero si empieza así: «Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado», debes saber que ha comenzado una historia inspirada por Dios y que tu congregación pronto se verá cautivada por tu hábil narración. Y, si lo necesitas, no dudes en preguntarle a tu robot casero, que está programado tanto para el protocolo como para la etiqueta: «¿De qué género es Lucas 2:1?». Tanto el androide C-3PO de Star Wars como Siri te darán la respuesta correcta. Pero seguro que no eres tan superficial. Es probable que escuches a Bach mientras adaptas el texto del domingo, y que bebas un sorbo de un café exquisito cuando te dispones a formar el esquema homilético. Está bien, quizá no es así. Pero lees libros como el que tienes entre manos porque quieres mejorar tu predicación. Y reconoces una historia cuando la ves.

Pero ¿te has comprometido a analizar una narrativa bíblica de acuerdo con los rasgos de ese género? Ese es el segundo paso. Los relatos constan de tres componentes: ambientación, personajes y trama. Cada uno de ellos debe ser reconocido y analizado al tratar una narración bíblica. Ese análisis me resulta sumamente placentero, y a menudo comparto aspectos de mi deleite en la historia con el pueblo de Dios desde el púlpito. Como me deleito no solo en qué nos dice Dios en su Palabra, sino en cómo lo ha dicho, tanto mis oyentes como yo crecemos en nuestro conocimiento de Dios y en la apreciación de cómo ha elegido comunicarse con nosotros. Parte de ese crecimiento consiste en que juntos utilicemos y entendamos términos como ambientación («Fíjate en que nuestro pasaje está ambientado en Jericó»), personajes («Fíjate en cómo se describe a Raquel») y trama («A medida que vemos cómo se desarrolla este drama, llegamos a su clímax: el punto sin retorno»). Los términos que todos aprendimos en clase de literatura en el instituto son los adecuados para leer y presentar los relatos de la Biblia. Cuando prediqué el Evangelio de Mateo en la New Covenant Church (en Naperville, Illinois) y el Evangelio de Marcos en la Westminster Presbyterian Church (en Elgin, Illinois), mi congregación conocía, entendía y utilizaba una multitud de términos literarios asociados al género narrativo. Ese conocimiento no es esotérico; es inmensamente práctico, tan práctico como aprender qué significa la palabra «gigabyte» cuando se está comprando un teléfono celular, «audible» cuando se es mariscal de campo de un equipo de fútbol americano, y «cinematografía» cuando se presentan los Premios Óscar.

* Adaptado del libro La belleza y el poder de la exposición bíblica