Por Lydia Brownback

Parece que no puedo hacer que mi vida funcione —se quejó Lanie con su amiga—. Llevo años intentándolo, pero no encuentro lo que busco”.

Y es verdad. Durante la última década, Lanie ha comenzado su vida de nuevo, tres veces en tres estados diferentes: nuevo trabajo, nueva iglesia, nuevos amigos, nuevo hogar. Sus seres queridos bien intencionados le dicen que lo que le falta es un esposo. Todo lo que necesita, dicen, es un hombre a quien amar y con quien establecerse; pero Lanie ha tenido oportunidades de casarse, así que en su caso no es así.

Lanie no puede explicar qué es exactamente lo que no funciona en su vida, aunque hay un claro patrón. Después de estar unos años en un lugar en particular, tiene la sensación de que le falta algo y comienza a inquietarse; entonces, en un intento por obtener ese algo que le falta, vuelve a empezar todo de nuevo. El patrón se ha convertido en un ciclo, un círculo vicioso, porque adonde quiera que vaya, inevitablemente le falta algo. Lanie no relaciona esa cosa que le falta con la soledad, pero está ahí y se suma al vicio del ciclo. Cada vez que se desarraiga, intensifica su soledad.

Entonces, ¿cuál es el problema principal de Lanie y cuál es su verdadera necesidad?

Una de las principales causas de la soledad de Lanie es, sorprendentemente, la libertad. Nunca antes ha sido más fácil para las mujeres recoger sus cosas y marcharse. Las mujeres de hoy están bien preparadas; tenemos inversiones financieras, modernos medios de transporte y la sabiduría que da la calle. Sin embargo, el hecho es que tanta libertad puede aumentar nuestra soledad. Hoy día, puesto que ya no tenemos que quedarnos en un mismo lugar y vivir con las personas que también se quedan en ese mismo lugar, no hacemos compromisos. Después de todo, ¿por qué comprometerse si no es necesario? ¿Por qué correr el riesgo de quedarnos atrapadas en circunstancias indeseables y tal vez perdernos la satisfacción que podemos llegar a encontrar en la próxima parada de nuestro camino? Pero, esta visión de la libertad, la que hoy nos inculcan de todas partes, en realidad nos roba exactamente lo que promete. En épocas anteriores, cuando había menos libertad, las personas se comprometían —con un matrimonio, un trabajo, un lugar— porque no tenían otras opciones. Y, si investigas un poco, es probable que descubras entre los círculos sociales que la soledad era menos pronunciada entonces, cuando las personas se comprometían por el simple hecho de que sus opciones eran muy limitadas.

Hoy podemos seguir muy fácilmente lo que Barry Cooper llama el “dios de las opciones abiertas”. Cooper escribe:

El dios de las opciones abiertas es un dios cruel y vengativo, que te romperá el corazón. No dejará que nadie se acerque demasiado, pero, al mismo tiempo, debido a que es tan rencoroso, no dejará que nadie se aleje demasiado porque eso significaría que ya no son una opción. Una y otra vez insiste en su intento agotador, frustrante, confuso e interminable de acercarse y luego alejarse, como la marea en una playa, finalmente, sin comprometerse en un sentido o en el otro. Hemos sido como la persona hambrienta, sentada en un buffet donde la comida es libre, que se muere solo por- que no sabe si elegir entre el pollo y los camarones. El dios de las opciones abiertas también es mentiroso. Te promete que, si mantienes tus opciones abiertas, puedes tener todas las cosas y las personas que quieres; pero, al final, no tienes nada ni a nadie.

Este tipo de cosas, definitivamente, ha contribuido a la soledad de Lanie, pero la raíz de eso es aún más simple. Analiza detenidamente la frase predominante de Lanie: “Parece que no puedo hacer que mi vida funcione”. ¿En quién está focalizada? ¿Para quién vive? Todo está a la vista: Lanie ha estado viviendo para Lanie. Ahora bien, ¿somos tú y yo tan diferentes a ella? La soledad crónica y una sensación de inquietud constante pueden ser indicios de que nos parecemos más a Lanie de lo que creemos. Nosotras, al igual que Lanie, necesitamos ver que cada vez que nuestra principal búsqueda es la realización personal, seguramente no la alcanzaremos. Por el contrario, si buscamos a Cristo por sobre todas las cosas, encontraremos aquello por lo que hemos estado inquietas todo el tiempo. Pensar solo en nosotras mismas engendra soledad; renunciar a nosotras mismas engendra plenitud. A eso se refería Jesús cuando dijo: “el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 10:38-39).

Pensar en nosotras mismas conduce a la pérdida de la vida real, y nuestra experiencia de esta pérdida es a menudo la que definimos como “algo que nos falta”. Es lo que nos lleva a una búsqueda perpetua de la próxima cosa. Para muchas de nosotras, esa próxima cosa parece estar en el ámbito relacional. Las mujeres solteras quieren casarse. Las mujeres casadas quieren un matrimonio mejor. Las mujeres sin hijos quieren ser madres. Las madres quieren hijos más felices. Las mujeres con el nido vacío quieren nietos. Para otras mujeres, esa próxima cosa se trata más de obtener un gran logro o conseguir un trabajo más importante. No hay nada de malo con estos deseos: hemos sido diseñadas para desear tales cosas. Sin embargo, al mismo tiempo, si vivimos para obtener tales cosas, seguramente las encontraremos huecas cuando las consigamos.

Presta atención otra vez a las palabras de Jesús: “el que pierde su vida por causa de mí, la hallará”. Les está diciendo a los discípulos que seguirlo es costoso, pero lo que ganamos es mucho más grande que lo que perdemos.

* Artículo adaptado del libro Soledad redimida.