EN 1990, LA REVISTA TIME dedicó una edición especial completa al tema de las mujeres. La columna del director editorial comenzaba:
“Aproximadamente la mitad de la población mundial la constituyen mujeres que difícilmente necesiten luchar para llamar la atención. Sin embargo, luchar es lo que precisamente han estado haciendo en las últimas décadas del siglo XX. Sus esfuerzos merecen no menos que la palabra revolución: en expectativas, logros, realización personal y relación con los hombres”.
Pero en aquella edición brilló por su ausencia el reconocimiento a mujeres que han alcanzado el éxito en ámbitos no vinculados a la profesión; mujeres que han estado satisfactoriamente casadas con el mismo hombre o que se han dedicado a la crianza de hijos que están aportando una contribución positiva a la sociedad.
Mi intención en esta introducción no es tanto abordar el asunto de las mujeres y su profesión como destacar cuánto se igualó la identidad y el valor de las mujeres con el papel que desempeñan en la comunidad o en el mercado laboral. Así es como se define, se mide y se experimenta su valor. En cambio, se le asigna poca prioridad o valor al papel que desempeña en el hogar.
Al leer comentarios como los hechos por la revista Time, me siento profundamente apenada por lo que se ha perdido en medio de esta revolución: la belleza, la maravilla y el tesoro de la característica, el llamado y la misión distintivos de la mujer.
No debería causarnos gran sorpresa que el mundo secular esté confundido y muy lejos de entender la identidad y la vocación de la mujer. Pero encuentro preocupante hasta qué punto la revolución descrita anteriormente se ha implantado dentro del ámbito del mundo evangélico.
Al meditar en estas cosas, pienso qué pasaría en nuestros días si una pequeña cantidad de mujeres piadosas e intencionadas comenzaran a orar y a creer a Dios por una clase de revolución diferente —una contrarrevolución— dentro del mundo evangélico. ¿Qué pasaría si un “remanente” de mujeres estuviera dispuesto a arrepentirse, a regresar a la autoridad de la Palabra de Dios, a aceptar las prioridades y propósitos de Dios para su vida y su hogar, y a manifestar la belleza y la maravilla de la feminidad conforme al plan de Dios?
Cuando acepté el llamado de Dios de ser parte de esta contrarrevolución, descubrí que no estoy sola. En cada lugar donde hablé de esta visión, encontré que “un abismo llama a otro abismo”; el llamado a regresar a la feminidad bíblica resuena en el corazón de mujeres cristianas que han probado el fruto amargo de la revolución feminista y que saben, en lo profundo de su ser, que los caminos de Dios son rectos.
* Extraído del libro Atrévete a ser una mujer verdadera.