Los precios van en aumento (gas, electricidad, alimentos, seguros), y es entendible que a muchos les preocupe cómo van a pagar las cuentas a fin de mes. El costo de vida es una gran preocupación; pero ¿qué pasa con el costo del pecado, el costo de vida que creemos adecuado en el mundo de Dios?
Algunos piensan que no hay ningún precio que pagar. «Vive como quieras, no habrá nada que pagar, no tendrás que rendir cuentas». Otros piensan que si acaso hay un precio que pagar al final de nuestras vidas, será insignificante. El equivalente a una multa por mal estacionamiento o a un tirón de orejas. En Marcos capítulo 15, vemos el costo real del pecado en los sufrimientos de Jesús.
En el clímax del Evangelio de Marcos, Jesús —el Cristo, el Hijo de Dios— está pagando por el pecado. No por el suyo, porque no tenía ninguno; sino por el pecado de su pueblo. Jesús vino «para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45). Él, el Hijo de Dios sin pecado, estaba llevando sobre sí el pecado de su pueblo y pagando por él. Por lo tanto, si queremos calcular el costo del pecado, solo debemos considerar los sufrimientos de Jesús.
La crucifixión era una de las formas de castigo más crueles jamás concebidas. El historiador judío Josefo la describió como «la más miserable de todas las formas de morir». La muerte solía producirse por agotamiento y asfixia. En su relato, Marcos no entró en detalles gráficos sobre el sufrimiento físico, porque no lo necesitaba. Sus antiguos lectores estaban familiarizados con estas cosas.
Sin embargo, ¿por qué en el plan de salvación de Dios tuvo que soportar Jesús tanto sufrimiento físico? La respuesta es que la pena por el pecado tiene una dimensión física. El sufrimiento físico es parte del costo del pecado. Por lo tanto, cuando Jesús sufrió en nuestro lugar, el precio que pagó incluía eso.
Tenemos una vislumbre del costo físico del pecado en nuestro mundo de hoy. Vivimos rodeados de mucho sufrimiento físico: violencia, abuso, hambre, enfermedad, muerte. No obstante, este costo físico del pecado será más duro en el mundo venidero. Jesús advirtió sobre un lugar «donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga» (Marcos 9:48). Podríamos debatir qué tan literal debemos tomar tales descripciones, pero lo que está claro en la Biblia es que el infierno es una realidad física. Un día, todos resucitarán físicamente de la muerte, ya sea para vida con Dios o para condenación.
Ahora bien, gracias a que Jesús sufrió este castigo como nuestro sustituto, nosotros no tenemos que hacerlo. Aquellos que creen en Jesús, finalmente, disfrutarán de la vida en un mundo perfecto donde ya no habrá más sufrimiento físico «y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor» (Apocalipsis 21:4), porque Jesús ya pagó la totalidad del precio por el pecado.
Que Jesús haya soportado voluntariamente tanto sufrimiento por nosotros nos muestra que somos amados más de lo que jamás hubiéramos imaginado. Saber cuánto le costó a Jesús pagar el precio por mi pecado debería darme la determinación renovada de hacer morir el pecado en mi vida. No de dar excusas ni dejarme tentar por él, sino hacerlo morir. Y nos muestra cuán bendecidos somos en verdad. En los sufrimientos de Jesús, vislumbramos el castigo eterno del cual nos hemos librado. Y estaremos eternamente agradecidos por ello.
¿Cómo podría el sufrimiento de un solo hombre pagar la pena debida por millones de personas?
¿Y cómo podría su sufrimiento durante unas pocas horas en la cruz ser un castigo equivalente a una eternidad en el infierno?
Nunca entenderemos cómo puede ser esto, porque, como alguien dijo: «¡Las mentes finitas, como cabe esperar, no pueden comprender las matemáticas del infinito!». Sin embargo, la respuesta básicamente se encuentra en quién es ese solo hombre. Otra persona lo expresó así: «El valor del sacrificio de Cristo consiste en el valor infinito de su propia persona». Jesús no era solo otro hombre. Él es «el Verbo eterno», que estaba «con Dios, y el Verbo era Dios» (Juan 1:1), que se hizo carne. «Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Colosenses 2:9).
Artículo tomado de ¿Por qué tuvo que morir Jesús?.