Por Charles Spurgeon
Al ser probada, tu fe aumentará, se desarrollará, se profundizará y se fortalecerá. Tú has declarado: «Oh, me gustaría tener más fe». Tu oración será escuchada por medio de sufrir más pruebas. A menudo, en nuestras oraciones hemos buscado una fe más fuerte para mirar dentro de lo oculto. Pero el camino de una fe más fuerte suele ser la senda áspera del dolor. Solo cuando la fe es cuestionada será confirmada.
No sé si mi experiencia es la de todo el pueblo de Dios, pero el bien que he recibido de mis sufrimientos, dolores y penas es totalmente incalculable. ¿Qué no le debo al martillo y al yunque, al fuego y a la lima? ¿Qué no le debo al crisol y al horno, al fuelle que ha soplado las brasas y a la mano que me ha empujado al calor? La aflicción es el mejor libro en la biblioteca de un ministro. Podemos regocijarnos sabiamente en la tribulación porque produce paciencia, y la paciencia experiencia, y la experiencia esperanza; y de esta manera resultamos muy enriquecidos y nuestra fe se fortalece.
La prueba de nuestra fe es útil, no solo porque la fortalece, sino porque nos lleva a descubrir nuestra fe en nosotros mismos. Cuando la aflicción entre en el alma, y trastorne y destruya nuestra paz, ensanchemos nuestra gratitud. La fe sale de su escondite, y el amor salta de su lugar secreto. A menudo, en los días de nuestra prosperidad no logramos encontrar nuestra fe; pero, cuando nuestra adversidad viene, el invierno de nuestra prueba desnuda las ramas y vemos nuestra fe de inmediato. Ahora estamos seguros de que creemos, porque sentimos el efecto de la fe en nuestro carácter. Es entonces una gran misericordia que nuestra fe sea probada, que podamos estar seguros, más allá de toda duda, de que somos verdaderos creyentes.
Esta prueba de nuestra fe les hace bien a nuestros compañeros cristianos, quienes aprenden a soportar con valentía sus problemas al ver cómo recibimos apoyo. No conozco nada mejor para hacernos esforzados que ver a otros creer en Cristo y soportar valientemente. Ver tan feliz a ese ciego santo hace que nos dé vergüenza estar tristes. Ver alegría en un preso de un reformatorio nos obliga a ser agradecidos. Quienes sufren son nuestros tutores; nos educan para el cielo. Cuando los hombres de Dios sufren, cuando soportan la pobreza, el duelo o la enfermedad y, sin embargo, se regocijan en Dios, aprendemos el camino para llevar una vida más exaltada y cristiana.
Mientras quemaban en la hoguera a Patrick Hamilton en Escocia, alguien dijo a quienes lo torturaban: «Si van a seguir quemando a más personas, es mejor hacerlo en un sótano, porque el humo de la quema de Hamilton ha abierto los ojos de centenares». Siempre ha sido así. Los santos que sufren son semilla de vida. Que Dios nos ayude a tener tal fe que, cuando lleguemos a sufrir en vida o a expirar en muerte, ¡podamos glorificar a Dios a fin de que otros puedan creer en Él! Que, por medio de nuestra fe, prediquemos sermones que sean mejores que los que contienen palabras.
* Artículo adaptado del libro Cómo perseverar a través de las pruebas.