Por: John Piper

“Respondió Jesús... No te maravilles de que te dije:

Os es necesario nacer de nuevo” (Jn. 3:5, 7).

“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que

no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3).

 

En el tercer capítulo del Evangelio de Juan, Jesús le habla a “...un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos” (Jn. 3:1). Los fariseos eran los especialistas en las Escrituras judías. Es por eso que Jesús se sorprendió́ de que Nicodemo se sintiera desconcertado ante lo que Él quiso decir con “es necesario nacer de nuevo”. Nicodemo preguntó: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (Jn. 3:4). Jesús respondió́: “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (Jn. 3:10). 

En otras palabras, un especialista en las Escrituras judías no debe sentirse desconcertado por el mandamiento de Jesús de “es necesario nacer de nuevo”. ¿Y por qué es eso? Porque existen muchas evidencias en las Escrituras judías que Jesús y Nicodemo tenían en común. Dios prometió́ que llegaría un día en que su pueblo volvería a nacer. Una de las promesas más claras de Dios se encuentra en el libro de Ezequiel. Jesús reiteró las palabras de Ezequiel cuando dijo: “...el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:5). “Nacer de nuevo” se describe como el nacimiento de agua y del Espíritu. Los dos términos, “agua” y “Espíritu”, están enlazados en Ezequiel 36:25-27. Dios dice: 

Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. 

Dios promete limpiar todos los pecados y el don de un nuevo espíritu humano por la presencia de su propio Espíritu divino. Jesús piensa que Nicodemo debiera poder relacionar su mandamiento de nacer de nuevo con la promesa de Ezequiel de un nuevo espíritu y el don del Espíritu de Dios, pero no lo hace, por lo que Jesús continúa explicando y describe cuál es la función del Espíritu divino en la creación de este nuevo espíritu: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6). 

Carne es lo que somos por naturaleza. Se refiere a la humanidad común. Esta condición humana natural, como la conocemos, no tiene vida espiritualmente. No nacemos espiritualmente vivos con un corazón que ama a Dios; nacemos espiritualmente muertos. 

Eso fue lo que Jesús dio a entender cuando le dijo a un futuro discípulo que quería ir a su casa a un funeral: “Deja que los muertos entierren a sus muertos” (Lc. 9:60). En otras palabras, algunas personas están físicamente muertas y necesitan que se entierren. Algunas están espiritualmente muertas y pueden enterrarlas. Lo volvió a insinuar cuando, en la parábola del hijo pródigo, el padre dice: “Este mi hijo muerto era, y ha revivido” (Lc. 15:24). Es por eso que “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Los muertos no pueden ver; es decir, no pueden ver el reino de Dios como supremamente deseable. Parece tonto, o mítico, o aburrido; por lo tanto, “no pueden entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:5). No pueden porque para ellos es una tontería.

Jesús ve a toda la humanidad dividida en dos partes: los que simplemente nacen una vez, “nacido de la carne”, “los muertos (espiritualmente)”, y los que han de “nacer de nuevo” por el Espíritu de Dios: los que están vivos para Dios y consideran su reino como verdadero y supremamente deseable. 

* Extraído del libro Los mandamientos que Jesús nos dejó.