Escondernos. Eso es lo que hacemos cuando tenemos miedo, cuando sentimos vergüenza, cuando sabemos que hemos hecho algo incorrecto, pero no queremos enfrentar las consecuencias. Tan pronto Eva pecó, aquello que pudo haber sido su rutina diaria y gozosa —compartir las horas del atardecer con su Creador—, ahora se convirtió en algo temible. De repente comenzó a esconderse de Dios e, incluso, a sentir vergüenza de que su esposo la viera tal como estaba.
“Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día. Entonces el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del huerto”.
—GÉNESIS 3:8
Decir que estamos tratando de evitar a Dios podría ser difícil de admitir. Podríamos encontrar muchas excusas para no leer la Biblia, para mantenernos alejadas de hermanos que nos pueden confrontar, o simplemente para dejar de escuchar la verdad. A veces nos escondemos por tanto tiempo que olvidamos por qué lo estamos haciendo. Sin embargo, escondernos de Dios nos mantiene alejadas de Su presencia, lo cual nos lleva a una sequía espiritual.
“El silencio no es oro cuando lo usamos para tratar de eludir la verdad”, dicen Nancy DeMoss Wolgemuth y Tim Grissom. “Todos nuestros intentos de escondernos de Dios, mediante el silencio o la mentira, son absurdos. ¿De verdad creemos que Dios no notará nuestro pecado o nuestro esfuerzo en esconderlo?”.
Esos intentos de escondernos son tan infantiles como el de un niño de dos años que se tapa los ojos y cree que está oculto de la vista de los demás. No obstante, cuando no estamos dispuestos a tratar el tema con algún consejero piadoso, cuando nos resistimos a las cosas de Dios, cuando llenamos nuestra vida con tanta actividad que ahoga la convicción del Espíritu, nos estamos escondiendo de Dios.
En lugar de tener temor de ser transparentes, debemos temer las consecuencias de encubrir nuestro pecado. Considera la siguiente verdad de la Palabra: “El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona hallará misericordia. Cuán bienaventurado es el hombre que siempre teme, pero el que endurece su corazón caerá en el infortunio” (Proverbios 28:13-14). Un sano temor de Dios lleva a la apertura, a la sinceridad y a la libertad; pero el temor de confesar nuestros pecados trae decepción y engaño, y nos esclaviza a nuestros temores. Al escondernos buscamos que la oscuridad nos cubra; la confesión busca la luz (Juan 3:19-21). Escondernos es un intento de manejar nuestros pecados de manera independiente de Dios; la confesión permite que la sangre de Cristo cubra nuestros pecados.
Extraído del libro Biblia devocional Mujer Verdadera - Letra Grande NBLA.