Si tienes dos cromosomas X, puedes ser madre. El requisito es tan sencillo que el 50% de la población mundial pasa la prueba de calificación antes de haber respirado fuera del vientre de su madre.
No obstante, la capacidad física para tener hijos no ayuda a mitigar la punzada de pánico que sienten casi todas las madres primerizas cuando les entregan a su pequeño bebé que llora para que se lo lleven a casa apenas unas horas después de haber sido expulsado de su cuerpo. Sujetamos su pequeño cuerpo, con sus frágiles brazos que parecen dos ramitas, a un artefacto de plástico y espuma, y nos preguntamos si debería ser legal conceder a alguien con tan poca experiencia la magna tarea de criar a otra persona desde su nacimiento hasta la edad adulta.
Piénsalo. La gente estudia durante años para llegar a ser higienista dental. Y, sin embargo, está bien que se nos otorgue plena responsabilidad de un ser humano de carne y hueso sin ningún tipo de lecturas obligatorias, certificación, título o curso intensivo.
Y ahí radica el misterio de ser madre.
Se espera que simplemente “sepamos qué hacer”, que “nos dejemos llevar por nuestros instintos”. Todo de forma natural. Esa oleada de intenso amor maternal, que experimentamos cuando miramos por primera vez a nuestro recién nacido, cubre multi- tud de pecados, ¿verdad?
Pues sí, y no.
Porque por muy unidas (o no) que nos sintamos a nuestro bebé, lo cierto es que el instinto sirve de poco a la hora de combatir el reflujo silencioso o calmar a un bebé que se niega a prenderse al pecho o a tomar el biberón. ¿Y cómo convencer a la dulce niñita, que cree que es divertidísimo despertarse a las tres de la madrugada para acariciarte la cara y jugar, de que es mejor que duerma?
Y luego está el hecho de que solo son bebés durante un abrir y cerrar de ojos antes que, de repente, caminen y hablen y expresen opiniones como “¡Uf!”, “¡No!” y “¡Basta!”.
Y, una vez más, el juego ha cambiado y enfrentas una serie totalmente nueva de dificultades y alegrías.
Como madre de muchos niños de todas las edades, desde bebés hasta adolescentes, puedo asegurarte que el juego nunca deja de cambiar. Al menos, no en sus particularidades. Siempre habrá alguna nueva dificultad que enfrentar, ese hijo que rompe el molde por completo.
Sin embargo, creo firmemente que la Biblia nos ha dado principios claros a seguir en nuestra vida, que pueden hacer que la tarea descomunal de una madre sea mucho menos intimidante y solitaria. Si Eva, Rut, Raquel, Elisabet, María y millones de mujeres más fueron capaces de salir adelante por la gracia de Dios en la complicada tarea de ser madres, nosotras también podemos.
No obstante, debemos estar dispuestas a prestar atención a las palabras de Proverbios 4:6-7: “No la dejes, y ella te guardará; ámala, y te conservará. Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia”. Oseas 4:6 lo expresa de forma aún más drástica cuando señala: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento”. Puede que el mundo no exija oficialmente un título para ser madre, pero cuando desempeñamos esta función con la misma diligencia con que lo haríamos en cualquier otra profesión en la que nos queremos destacar, aumentamos exponencialmente la probabilidad de que no solo sobrevivamos, sino que también prosperemos en un hogar donde reine la paz y no el caos.
¿Y dónde encontraremos esta sabiduría que vale realmente la pena? En Job 12:12 leemos: “En los ancianos está la ciencia, y en la larga edad la inteligencia”. Mi fuente predilecta de conocimientos prácticos para madres son esas mujeres piadosas que me han precedido y han puesto a pruebas tantas situaciones diferentes con sus propios hijos. Mi propia madre, que nos crio a mi hermano y a mí. Una preciosa amiga y madre de doce hijos, casi veinte años mayor que yo. Otra sabia madre de tres hijos, que es unos años mayor que yo. Sally Clarkson. Elisabeth Elliot. Ruth Bell Graham.
Todas estas mujeres tienen una cantidad de hijos diferente, y distintas filosofías, personalidades y preferencias como madres. Sin embargo, tienen, al menos, una cosa en común que quiero imitar, algo que toda madre piadosa debería tener: el deseo de “[comportarse] como es digno del evangelio... y en nada [intimidadas] por los que se oponen” (Filipenses 1:27-28). Esto último es tan importante como lo primero porque, en una cultura en que las mujeres celebran cada noche el “haber sobrevivido un día más a sus hijos”, habrá muchas que se opongan a la perspectiva de que, con la fortaleza de Cristo, las madres podemos hacer más que sobrevivir.
Y no solo eso, sino que habrá muchas a las que les moleste la perspectiva de la madre que no se centra en las dificultades y la pérdida de “tiempo para mí”, sino en los abundantes momentos preciosos de alegría y plenitud que se destacan en medio del panorama cotidiano de la preparación del almuerzo, el entrenamiento para dejar los pañales y la conducta insolente. A veces simplemente necesitamos a alguien que nos recuerde lo impresionante y genial que es ser madres.
Y ahí es donde entro yo. Aún no he cumplido los cuarenta, así que no me considero de “larga edad”, pero soy madre de diez hijos. Y me ofrezco voluntariamente para ser tu anima- dora, tu entrenadora, tu amiga y tu compañera de viaje; pues como dijo el apóstol Pablo, parafraseando, “a todas las madres me he hecho de todo”. Porque, aunque todavía no tengo todo resuelto y tampoco soy una experta en todo lo que concierne a la función de madre, he tenido suficiente práctica de algunos de los sabios principios bíblicos que he aprendido de las mujeres que mencioné anteriormente (y de otras) para tener una idea bastante buena de algunas estrategias que son útiles para todas las mamás. Porque es “una verdad universalmente conocida: que un niño con una naturaleza pecaminosa necesita una mamá que ame y busque al Señor”. (Lo siento, Jane Austen. Tenía que mencionarlo).
* Artículo adaptado del libro la M de mamá