Por Mitchell L. Chase

En el capítulo 10 de El sobrino del mago, al tío Andrew le faltaban los ojos para ver —para ver de verdad— la maravilla de lo que Aslan había cantado. Maravillosas vistas y sonidos llenaron las escenas alrededor de los personajes mientras Narnia despertaba a la vida. Pero C. S. Lewis explica por qué el tío Andrew estaba asustado: «...pues lo que uno ve y oye depende en gran medida del lugar donde esté, y también depende de la clase de persona que uno sea». Esta afirmación también es válida para los que leen la Biblia.

Siempre que nos acercamos a las Escrituras, estamos parados en algún lugar. Miremos a nuestro alrededor. En primer lugar, estamos en el siglo XXI d.C., con dos milenios de tradición interpretativa cristiana a nuestras espaldas. En segundo lugar, estamos en una época escéptica, en la que la Biblia es vista, en muchos casos, con desdén, condescendencia, confusión y rechazo.

No obstante, ¿dónde te encuentras personalmente? Esta pregunta es importante porque la Biblia no es como cualquier otro libro, y por eso no debemos acercarnos a ella como a cualquier otro libro. Necesitamos ojos para ver la maravilla de lo que Aslan ha cantado: sesenta y seis libros inspirados por Dios, escritos a lo largo de mil cuatrocientos años por más de cuarenta autores, en múltiples lenguas y en múltiples continentes, que juntos cuentan una gran historia, una epopeya que rivaliza con todas las demás y nos convoca a la lealtad. Como escribe Erich Auerbach:

El mundo de las historias de las Escrituras no se contenta con pretender ser una realidad históricamente verdadera, sino que insiste en que es el único mundo real, que está destinado a la autocracia. Todas las demás escenas, asuntos y ordenanzas no tienen derecho a aparecer independientemente de él, y se promete que a todas ellas, a la historia de toda la humanidad, se les dará el lugar que les corresponde dentro de su marco, se subordinarán a él. Las historias de las Escrituras no cortejan, como las de Homero, nuestro favor, no nos halagan para complacernos y encantarnos. Buscan someternos, y si nos negamos a ser sometidos, somos rebeldes.

Algunos lectores de la Biblia son rebeldes, y esto afecta su forma de leer y lo que ven al leerla. Pueden rechazar totalmente la autoridad, la inspiración y la unidad de la Biblia. Otros pueden afirmar su inspiración y someterse a su autoridad, pero les cuesta comprender su unidad. Leen una Biblia que ha sido demasiado compartimentada en sus mentes, por lo que no ven ni disfrutan de su coherencia y continuidad. Debemos afirmar la autoridad, la inspiración y la unidad de la Biblia, y debemos esforzarnos por comprender las consecuencias de estas afirmaciones para la interpretación. Debemos depender del Espíritu en oración para la fe, la humildad y la iluminación. ¿Por qué son importantes estas búsquedas y oraciones en la lectura de la Biblia? Porque lo que vemos está influido por nuestra posición y por el tipo de personas que somos.

Orientar a los lectores de la Biblia en los temas de la tipología y la alegoría les ayudará a ser lectores más fieles de las Escrituras, al tiempo que captarán más plenamente la gloria de su historia. Bien consideradas, las herramientas de la tipología y la alegoría son útiles y —me atrevería a decir— vitales para leer las Escrituras. El uso generalizado de ellas por parte de la iglesia cristiana a lo largo de la historia debería llamarnos a la mesa para escuchar y dialogar. Al fin y al cabo, ¡estamos hablando de la Biblia! ¿No deberíamos dedicarnos diligentemente a estudiarla? ¿No deberíamos mirar y aprender de la nube de testigos que nos han precedido durante estos últimos dos mil años? Una vez que veas la belleza de la lectura tipológica y alegórica en el Antiguo y el Nuevo Testamento, no podrás dejar de verla. Y no querrás hacerlo, aunque pudieras

* Adaptado del libro 40 preguntas sobre la tipología y alegoría.