En el capítulo 10 de El sobrino del mago, al tío Andrew le faltaban los ojos para ver —para ver de verdad— la maravilla de lo que Aslan había cantado. Maravillosas vistas y sonidos llenaron las escenas alrededor de los personajes mientras Narnia despertaba a la vida. Pero C. S. Lewis explica por qué el tío Andrew estaba asustado: «...pues lo que uno ve y oye depende en gran medida del lugar donde esté, y también depende de la clase de persona que uno sea». Esta afirmación también es válida para los que leen la Biblia.
Siempre que nos acercamos a las Escrituras, estamos parados en algún lugar. Miremos a nuestro alrededor. En primer lugar, estamos en el siglo XXI d.C., con dos milenios de tradición interpretativa cristiana a nuestras espaldas. En segundo lugar, estamos en una época escéptica, en la que la Biblia es vista, en muchos casos, con desdén, condescendencia, confusión y rechazo.
No obstante, ¿dónde te encuentras personalmente? Esta pregunta es importante porque la Biblia no es como cualquier otro libro, y por eso no debemos acercarnos a ella como a cualquier otro libro. Necesitamos ojos para ver la maravilla de lo que Aslan ha cantado: sesenta y seis libros inspirados por Dios, escritos a lo largo de mil cuatrocientos años por más de cuarenta autores, en múltiples lenguas y en múltiples continentes, que juntos cuentan una gran historia, una epopeya que rivaliza con todas las demás y nos convoca a la lealtad. Como escribe Erich Auerbach:
El mundo de las historias de las Escrituras no se contenta con pretender ser una realidad históricamente verdadera, sino que insiste en que es el único mundo real, que está destinado a la autocracia. Todas las demás escenas, asuntos y ordenanzas no tienen derecho a aparecer independientemente de él, y se promete que a todas ellas, a la historia de toda la humanidad, se les dará el lugar que les corresponde dentro de su marco, se subordinarán a él. Las historias de las Escrituras no cortejan, como las de Homero, nuestro favor, no nos halagan para complacernos y encantarnos. Buscan someternos, y si nos negamos a ser sometidos, somos rebeldes.
Algunos lectores de la Biblia son rebeldes, y esto afecta su forma de leer y lo que ven al leerla. Pueden rechazar totalmente la autoridad, la inspiración y la unidad de la Biblia. Otros pueden afirmar su inspiración y someterse a su autoridad, pero les cuesta comprender su unidad. Leen una Biblia que ha sido demasiado compartimentada en sus mentes, por lo que no ven ni disfrutan de su coherencia y continuidad. Debemos afirmar la autoridad, la inspiración y la unidad de la Biblia, y debemos esforzarnos por comprender las consecuencias de estas afirmaciones para la interpretación. Debemos depender del Espíritu en oración para la fe, la humildad y la iluminación. ¿Por qué son importantes estas búsquedas y oraciones en la lectura de la Biblia? Porque lo que vemos está influido por nuestra posición y por el tipo de personas que somos.
Orientar a los lectores de la Biblia en los temas de la tipología y la alegoría les ayudará a ser lectores más fieles de las Escrituras, al tiempo que captarán más plenamente la gloria de su historia. Bien consideradas, las herramientas de la tipología y la alegoría son útiles y —me atrevería a decir— vitales para leer las Escrituras. El uso generalizado de ellas por parte de la iglesia cristiana a lo largo de la historia debería llamarnos a la mesa para escuchar y dialogar. Al fin y al cabo, ¡estamos hablando de la Biblia! ¿No deberíamos dedicarnos diligentemente a estudiarla? ¿No deberíamos mirar y aprender de la nube de testigos que nos han precedido durante estos últimos dos mil años? Una vez que veas la belleza de la lectura tipológica y alegórica en el Antiguo y el Nuevo Testamento, no podrás dejar de verla. Y no querrás hacerlo, aunque pudieras
* Adaptado del libro 40 preguntas sobre la tipología y alegoría.