Por James Montgomery Boice

Mateo 13:1-23

Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar. Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y toda la gente estaba en la playa. Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar.

Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga.

Una de mis hijas ha estado cantando una canción acerca de Jesús, que dice: “Jesús era un hombre que contaba cuentos”. La primera vez que oí ese verso, me pareció un poco burlón, como lo son tantas canciones cristianas contemporáneas. Pero al meditarlo, me di cuenta de que contiene una verdad real: aunque Jesús era mucho más que un narrador de cuentos, como mínimo era eso, y como resultado, la gente de su tiempo se apiñaba en torno a Él y lo escuchaba de buena gana (Mr. 12:37).

Las palabras de Cristo siempre eran pintorescas. Él hablaba de camellos que se arrastraban por el ojo de una aguja (Mt. 19:24), de personas que trataban de sacar pajas del ojo de otro cuando una viga estaba en su propio ojo (Mt. 7:5). Se refería a una casa dividida contra sí misma, destinada a derrumbarse (Mr. 3:25) o a echar el pan de los hijos a los perros (Mr. 7:27). Previno contra la “levadura” de los fariseos (Mr. 8:15). Pero en rigor, esos no son cuentos. Los cuentos que Jesús contaba se pueden clasificar en una categoría particular de historia que se conoce como parábola. Una parábola es una historia tomada de la vida real (o una situación de la vida real) de la cual se saca una verdad moral o espiritual. Son muchos los ejemplos: el hijo pródigo (Lc. 15:11-32), el buen samaritano (Lc. 10:25-37), el fariseo y el publicano (Lc. 18:9-14), la fiesta de boda (Mt. 22:1-14; Lc. 14:15-24), las ovejas y los ca- britos (Mt. 25:31-46), y otras, entre ellas las parábolas del reino que ocuparán nuestra atención en este primer grupo de estudios. Según mi recuento, hay unas veintisiete parábolas, aunque algunas están muy relacionadas y pueden ser simplemente versiones diferentes de la misma historia.

Las parábolas se distinguen de las fábulas en que una fábula no es una situación real. Un ejemplo de una fábula es cualquiera de los cuentos de Esopo, en los que hablan animales. En esos cuentos, los animales son simplemente personas disfrazadas. Las parábolas también se distinguen de las alegorías, ya que en una alegoría todos los detalles, o casi todos, tienen significado. Las Crónicas de Narnia, por C. S. Lewis, son esencialmente alegorías. En las parábolas de Jesús, no todo detalle tiene significado. En efecto, tratar de imponer significado a cada uno puede producir doctrinas extrañas e, incluso, doctrinas cuya falsedad es demostrable. Las parábolas son simplemente historias de la vida real, de las cuales se sacan una o tal vez unas cuantas verdades básicas.

Si una persona comenzara a leer el Nuevo Testamento en la primera página (Mt. 1:1) y leyera consecutivamente, leería buen rato antes de encontrar este elemento importante de la enseñanza de nuestro Señor. En realidad, tendría que leer una cuarta parte del Evangelio de Mateo, capítulos 1—12, antes de encontrarse con tan siquiera la primera de las parábolas. Pero, con el capítulo 13, eso cambia repentinamente: aquí quedan registradas no una, sino siete parábolas. Tienen un tema, el reino de Dios, y por tanto se llaman las “parábolas del reino”.

La primera parábola es ideal como punto de partida, ya que —lógicamente— trata sobre los comienzos u orígenes del reino. Aquí se compara este con un agricultor que siembra semilla: “el sembrador salió a sembrar” (Mt. 13:3-9). No se dan explicaciones de todas las parábolas de Cristo. De hecho, no se dan explicaciones de la mayor parte de ellas. Pero de esta sí se da una explicación (vv. 18-23), y la explicación que Jesús da es nuestro punto de partida. La semilla es el evangelio del reino, y la tierra es el corazón humano (v. 19). Lo que se enfatiza son las distintas clases de corazones y cómo rechazan o reciben el mensaje de Cristo.

* Adaptado del libro Las parábolas de Jesús.