Por Daniel Puerto

¿Has considerado la muerte? ¿Has considerado tu muerte? ¿Cuándo fue la última vez que pensaste largo y tendido sobre el fin de tu vida en esta tierra? ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una conversación con un amigo sobre la muerte?

Creo que todos tenemos la tendencia a evitar el tema. Incluso cuando vemos personas morir cerca de nosotros, usamos eufemismos para referirnos a la muerte. Los eufemismos son palabras más suaves o decorosas para maquillar expresiones que serían muy severas. En lugar de decir «murió», decimos «pasó a mejor vida», «nos dejó» o «se nos adelantó». Como pastor he predicado en más funerales que bodas, aniversarios, cumpleaños y quinceañeras (¡juntos!). Y ahí he visto la desgarradora realidad de la vida en este mundo caído. He visto a hijos sepultar a sus padres y, más doloroso aún, a padres sepultar a sus hijos. He visto a niños quedar huérfanos. He visto a esposos sepultar a sus esposas y viceversa. He visto a ancianos en sus últimas horas y a padres llorar la muerte de un hijo en el vientre. He visto a iglesias llorar la muerte de su pastor y a pastores predicando en funerales de personas muy amadas de sus congregaciones.

Cada vez que he ido a un funeral, quedo con la profunda convicción de que yo mismo moriré un día y debo ser consciente de eso más a menudo. Debo estar preparado para morir cualquier día. Pero luego, regreso a mi rutina diaria, y esa convicción se me pasa: comienzo a vivir como si el día de mi partida nunca llegará. Y eso no es bueno. Según la Palabra de Dios, esa no es la acción apropiada al considerar la realidad de mi muerte.

Moisés, el salmista, reflexionó sobre lo pasajero de esta vida y dijo que los seres humanos somos «como la hierba que por la mañana reverdece; por la mañana florece y reverdece; al atardecer se marchita y se seca» (Sal. 90:5b-6). Con crudeza y toda franqueza dice que «acabamos nuestros años como un suspiro. Los días de nuestra vida llegan a setenta años; y en caso de mayor vigor, a ochenta años. Con todo, su orgullo es solo trabajo y pesar, porque pronto pasa, y volamos» (Sal. 90:9-10). Las imágenes de este salmo, que describen nuestra vida, nos recuerdan lo corto que es nuestro tiempo en esta tierra: hierba que se marchita, un suspiro, algo que pasa pronto.

¿Y cuál es la respuesta de Moisés ante esa realidad? Él pide a Dios en oración: «Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría» (Sal. 90:12). Juan Calvino, en su comentario del Salmo 90, dice que muchos hombres son muy hábiles en aritmética y pueden comprender e investigar con precisión muchas medidas: miden la distancia entre la Luna y el centro de la Tierra, los espacios entre los planetas y todas las dimensiones del cielo y de la tierra, pero no pueden contar sus propios días y años en este mundo, no se detienen a considerar la distancia entre su nacimiento y su muerte, la cual es muy corta. Calvino dice que es una gran necedad «no ser conscientes nunca del breve curso de nuestra vida [...] es ciertamente una cosa monstruosa». Por eso el salmista pide a Dios que nos enseñe a considerar la brevedad de la vida para vivir con sabiduría.

Santiago, en el Nuevo Testamento, hace eco del salmo de Moisés cuando escribe:

Oigan ahora, ustedes que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia». Sin embargo, ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello (Stg. 4:13-15).

No es un error hacer planes. El error está en hacer planes creyendo que somos inmortales o permanentes en esta tierra. Es una tragedia hacer planes sin considerar a Dios y sin tener en cuenta que nuestra vida es tan pasajera como un vapor, como una neblina que dura unos momentos durante la mañana. Santiago nos recuerda que nuestro tiempo en este mundo es breve y debemos mantener en mente que desapareceremos, nos iremos, y la vida continuará sin nosotros. Esta es la visión correcta de la vida.

* Adaptado del libro La muerte.