Cuando tenía 15 años, conocí a un hombre que había leído muchos clásicos de la literatura universal: Don Quijote de la Mancha, Los tres mosqueteros, Moby Dick, las obras de Shakespeare, Los hermanos Karamazov, entre una centena más. Había leído varios de esos libros en más de una ocasión y podía citar secciones enteras de memoria. Recuerdo que él tenía una habitación en su casa llena de libros que se había «devorado» con el paso de los años: libros sobre historia, filosofía, ciencia, religión y muchos otros temas. Yo lo admiraba. Para mí era maravilloso conversar con él porque conocía cualquier tema que le preguntara.
No obstante, en su vida, las cosas no iban bien. Su matrimonio había terminado en divorcio, no tenía trabajo porque lo habían despedido de varios lugares, era alcohólico y sus amigos a veces debían ir a buscarlo porque se había emborrachado y caído al suelo.
Nunca olvidaré mi conversación con un amigo mutuo. Le dije: «Es increíble todo lo que ese hombre conoce de literatura, historia, filosofía y muchos temas más. Lo admiro». Mi amigo me dijo: «Daniel, y todo ese conocimiento, ¿para qué le ha servido? Mira cómo vive». El tono de mi amigo no era de burla ni sarcasmo; era de tristeza y pesar ante la vida desperdiciada de alguien a quien él amaba.
Una persona puede estar llena de información y conocimiento, pero no saber cómo vivir en su día a día, cómo cultivar relaciones con otros, cómo administrar su dinero o cómo mantener un trabajo para sostenerse económicamente. Para la vida en este mundo que Dios ha creado, necesitamos más que información y conocimiento. Necesitamos sabiduría, la cual solamente viene de Dios, porque «el temor del Señor es el principio de la sabiduría» (Pr. 1:7).
Hoy vivimos en la «Era de la información», estamos saturados de datos.
Para el año 2020, había 40 veces más bytes de datos en Internet que estrellas en el universo observable. Algunos cálculos sugieren que para el año 2025, se crearán 463 exabytes de datos por día en línea... ¿Y qué es un exabyte? Bueno, considera esto: cinco exabytes equivalen a todas las palabras dichas por los seres humanos desde el comienzo de los tiempos. En 2025, esa cantidad de datos se creará cada 15 minutos.
Pero, aunque estamos saturados de tanta información, no podemos ser descritos como una sociedad o cultura sabia según Dios.
El Antiguo Testamento distingue clara y nítidamente entre sabiduría y conocimiento. No son lo mismo, pues incluso las personas más instruidas y los eruditos más sofisticados hacen necedades. Una persona puede tener conocimientos ilimitados, pero no tener sabiduría.
Con toda razón, Proverbios 4:7 dice: «Lo principal es la sabiduría; adquiere sabiduría, y con todo lo que obtengas adquiere inteligencia» (cursivas añadidas).
Ya que «no vivimos en una época que valore mucho la sabiduría», escribimos este libro para ayudarnos —como hombres cristianos— a considerar nuestra falta de sabiduría y nuestra necesidad de adquirirla para comenzar a andar en esa dirección. Pero esa sabiduría solamente viene de Dios, «quien da a todos abundan- temente y sin reproche» (Stg. 1:5). Por eso, este es un libro que tiene una invitación fuerte y clara a conocer a Dios por medio de su Palabra y ser transformados por su gracia en hombres sabios.
1. Brett McCracken, The Wisdom Pyramid: Feeding Your Soul in a Post- Truth World (Wheaton, IL: Crossway, 2021), p. 27. Publicado en español por Editorial Patmos con el título La pirámide de la sabiduría: cómo alimentar tu alma en un mundo posverdad.
2. R. C. Sproul, What Is Biblical Wisdom? (Sandford, FL: Reformation Trust Publishing, 2020), pp. 7-8.
3. Ibíd., p. 10.
Extraído del libro La sabiduría: La brújula espiritual de todo hombre .