Por Nancy DeMoss Wolgemuth

Los nietos son la alegría y la felicidad de muchos hogares. Toda abuela confirmará esta declaración. No en vano las Escrituras dicen que es bienaventurado, o feliz, el que ve a los hijos de sus hijos. ¡Es un gozo ver cómo las nietas desarrollan sus gustos por todo lo femenino! Las jovencitas se interesan por su arreglo personal, el orden de su habitación, los patrones y la belleza de su entorno, sus gustos particulares como mujer . . . Y a las pequeñas a menudo les gustan los moños, las flores, las muñecas, las mariposas, el lápiz labial, ¡y hasta los zapatos de tacón de mamá! Por otro lado, el mundo de los nietos varones está plagado de dinosaurios, fútbol, béisbol, espadas, legos, Transformers y Ninjas.

¡Es maravilloso ver las diferencias que traemos intrínsecas desde que somos formados en el vientre de nuestra madre! Somos hermosamente diferentes. Esas diferencias no son solo de personalidad o comportamiento externo, sino que obedecen a algo más profundo. Son la esencia misma de quienes somos, y están arraigadas en nuestra alma y basadas en la creación de Dios.

«Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves del cielo, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó».

       - Génesis 1:26–27

Génesis 1:26–27 nos deja claro que Dios nos creó, varón y hembra, a Su imagen. Es una frase relativamente breve, pero de inmensa profundidad.

  • Dios es nuestro Creador.
  • Dios decidió crear dos sexos.
  • Dios creó a ambos sexos a Su imagen.
  • Los creó iguales en valor y dignidad.
  • Ambos recibieron el mandato de multiplicarse y gobernar la tierra.

 

En Génesis 2, encontramos las diferencias que Dios quiso dejar plasmadas en Su Palabra para darnos una imagen más clara y detallada de quiénes somos por diseño.

Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y lo colocó en el huerto que había creado para él. Le dio instrucciones específicas, y luego Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él» (Génesis 2:18).

Dios no formó a esa ayuda idónea del polvo de la tierra, sino del costado del hombre. Un ser igual a él, pero diferente; suave, pero firme; y sumamente relacional, venía a complementar al hombre. Recuerda que Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo».

No era un defecto del hombre; sino que, debido a que había sido creado a imagen de un Dios trino, en su soledad, le faltaba la relación con otro ser igual a él, pero diferente. Una, igual en dignidad y valor, pero que estaría a su lado y reconocería su autoridad, su protección y su provisión. Una relación entre iguales, pero con el hombre como líder.

Con la creación de la mujer, sus vidas serían más satisfactorias y plenas, y así, juntos, podrían representar la imagen del Dios que los había creado. Juntos, sus vidas serían como un hermoso baile que representaba la armonía de la creación de Dios. Y Dios declaró que lo que Él había creado era «bueno en gran manera» (Génesis 1:31).

La clave para entender nuestra igualdad y nuestras diferencias con el sexo opuesto radica en el hecho de que Dios nos creó y nos diseñó a Su imagen.

Dios es un Dios trino, con una relación perfecta entre las tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Estos tres no compiten, sino que se complementan en sus roles y funciones.

En Su designio, Dios dio al hombre y a la mujer características que se complementan para la armonía y el buen funcionamiento de ambos, de manera específica, en la familia y la iglesia; y, de manera general, en las estructuras sociales. Todo lo que Dios creó era perfecto antes de la entrada del pecado al mundo.

Cada miembro de la Trinidad tiene roles o funciones distintivas. Por lo tanto, las diferencias en la función y la autoridad entre los miembros de la Trinidad son totalmente coherentes. Si los seres humanos son el reflejo del carácter de Dios, es lógico esperar diferencias similares en las funciones de los seres humanos, incluso en la más básica de todas las diferencias entre los seres humanos: las diferencias entre el hombre y la mujer. Estas diferencias no fueron consecuencia de la caída, sino parte del diseño original de Dios. Primero Dios creó a Adán, luego formó a Eva como una ayuda idónea para Adán.

Génesis 1:26–27 nos muestra «hermosas diferencias». Su diseño: «varón y hembra los creó». No solo somos diferentes en el aspecto físico, creados para complementarnos en la unión y así cumplir el mandato de Dios de multiplicarnos; sino que también nos complementamos en nuestros roles y funciones, y así mostramos al mundo la imagen y semejanza de Dios. El hombre es líder y, a la vez, siervo. Y la mujer se somete a su autoridad como una ayuda idónea para él.

* Adaptado del libro Biblia devocional mujer verdadera RVR60