Por Daniel Puerto

¿Qué es la muerte? ¿Cómo definimos esa palabra? ¿De qué estamos hablando cuando nos referimos a la muerte? Por las Escrituras, aprendemos que Dios, después de crear al hombre y colocarlo en un mundo perfecto, en un hermoso jardín lleno de su presencia y provisión, le dio una orden: «De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás» (Gn. 2:16-17, cursivas añadidas). El castigo por la desobediencia era claro: la muerte, tanto espiritual (la cual fue inmediata) como física (la cual vino después). El hombre podía comer de cualquier árbol del jardín en cualquier momento del día, pero nunca podía comer «del árbol del conocimiento del bien y del mal». Si comía de ese árbol, moriría. «Desde el primer aliento del hombre, se le dio una clara indicación de que el esplendor de la voluntad soberana de su Creador es de mayor valor que su propia vida».

En Génesis 3, leemos que Satanás tentó a los seres humanos, y Adán pecó, después de su esposa Eva, desobedeciendo a Dios de manera catastrófica e introduciendo así la muerte al mundo, a la buena creación de Dios. El apóstol Pablo afirma que «tal como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron» (Ro. 5:12; cf. 1 Co. 15:21). Al considerar esto, podemos definir la muerte —usando las palabras de Toby Jennings— como «la consecuencia penal ordenada por Dios de la rebelión de Adán, la “decreación” antinatural de la “muy buena” creación original de Dios». La muerte es el justo castigo, la paga apropiada para los pecadores (Ro. 6:23).

La muerte no es un elemento natural o normal de la creación de Dios. Más bien es un intruso despreciable y un enemigo cruel de los seres humanos, que fueron creados a imagen de Dios y que son valiosos ante sus ojos (1 Co. 15:26; He. 2:15). La muerte es el «rey de los terrores» (Job 18:14); es una «agonía» (Hch. 2:24): «La muerte nos recuerda que algo está trágicamente mal en nuestro mundo [...] es una gran indignidad, la humillación definitiva para aquellos creados originalmente para gobernar con Dios, pero que fueron destituidos a causa del pecado y el orgullo».

Ahora bien, si la muerte es eso, ¿por qué hablar de ella? ¿Por qué hablar de un tema tan sombrío y lúgubre? ¿No deberíamos mejor enfocarnos en temas positivos que levanten el ánimo de los creyentes? ¿No sería mejor dedicar un libro como este a hablar de las buenas promesas de Dios que encontramos en la Biblia o de cualquier otro contenido «más alentador»? ¿No hay cosas «más provechosas» que podemos considerar y en las cuales pensar? ¿No dice Filipenses 4:8 que debemos meditar en todo lo que es verdadero, digno, justo, puro, amable, honorable, lo que tiene virtud o lo que merece elogio? Alguien podría decir que la muerte no cumple esos requisitos y que, por lo tanto, no debe ocupar espacio en nuestra meditación. Pero nuestro propósito no es que dediquemos nuestras mentes a una consideración perjudicial, mórbida ni enfermiza de la muerte. Ese no es el objetivo. Tampoco queremos estancarnos en el tema de la muerte como un fin en sí mismo. El punto no es pensar en la muerte y ya. Entonces, ¿por qué hablar del tema? Tenemos cinco razones para hacerlo:

1. Enfocarnos en Cristo

La Biblia no habla de la muerte de manera aislada dejándonos en la desesperación. Más bien, en las Escrituras hay una conexión irrompible entre la muerte y la obra de Cristo a favor de su pueblo.

2. Llenarnos de esperanza y paz, y quitar nuestros temores

Muchas personas viven con temor a la muerte: la propia o la de seres amados. Y no es de extrañar: la muerte es desconocida y misteriosa.

3. Informarnos para vivir bien en este mundo

No podemos escapar de nuestro fin en esta tierra y la realidad de la muerte debe influir en la manera en que vivimos hoy.

4. Ayudarnos a crecer en piedad y en amor por Dios

El apóstol Pedro nos llama a una vida de piedad, echando mano de la verdad de que nuestra vida en esta tierra no es eterna.

5. Darnos un vistazo de las glorias que nos esperan

El apóstol Pablo expresó que prefería estar con el Señor Jesucristo en lugar de continuar viviendo en esta tierra.

* Artículo adaptado del libro La muerte