Por Nancy DeMoss Wolgemuth

Mi lista de lecturas pendientes incluye siempre al menos una biografía. Desde que era niña me han gustado las historias de vida y cuento con una amplia colección en mi biblioteca. La mayoría de las biografías que escojo presentan un personaje acerca del cual ya conozco algo, ya sea un misionero cristiano, una figura histórica, un servidor público o, simplemente, un individuo que ha logrado algo digno de mención.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, la parte que menos conozco de los personajes es su trasfondo: de dónde vinieron, su familia de origen, las circunstancias que rodearon su nacimiento y la manera en que todo eso determinó el rumbo de sus vidas.

En lo que respecta a Jesús, Él rompió todo esquema biográfico. A pesar de todo el alboroto que armamos con su cumpleaños cada año (¡y así debe ser!), el suceso navideño no es donde empieza su historia.

Jesús vivía antes de nacer.

Detente y medita en cómo esa declaración define a Jesús como alguien incomparable. Su existencia no empezó con su concepción milagrosa y su nacimiento en un establo. De hecho, la misma historia de la Navidad alude a su anterior existencia. Mucho antes de que cantáramos: “Oh aldehuela de Belén” en la víspera de la Navidad, el profeta Miqueas anunció que de esa población insignificante iba a salir un “Señor en Israel”. Pero, aunque este Señor iba a nacer allí, no iba a venir de allí, porque

... sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad (Mi. 5:2).

Para obtener otra pista, debemos regresar mucho antes en el Antiguo Testamento al capítulo 17 de Génesis que describe el pacto de Dios con Abraham. Después debemos adelantarnos al Evangelio de Juan, donde Jesús escandalizó a sus oponentes judíos del primer siglo diciendo: “Antes que Abraham fuese, yo soy” ( Jn. 8:58).

Así es. No dijo “yo fui”, sino yo soy. Jesús no solo desafió los límites de la cronología, sino también los límites de la gramática. Por eso Juan el Bautista, que nació a Elisabet seis meses antes que nació Jesús a María (ver Lc. 1:36), podía declarar que “el que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo” ( Jn. 1:15). Asombroso.

En realidad, Jesús existió antes que todo. Nunca hubo un tiempo en que Él no existiera en toda su plenitud.

¿Qué sabemos, entonces, acerca de su vida antes de que viniera a la tierra? Si bien es en gran medida un misterio, sabemos que estaba “con Dios” y que “era Dios” ( Jn. 1:1). Él tenía una relación personal y cercana con Dios y vivía “en el seno del Padre” (v. 18). Era eternamente uno e igual con el Padre y poseía toda la gloria del Padre (17:5).

¿Y qué hacía Él en la eternidad pasada? Un dato que sabemos es que llevaba a cabo su obra. En el misterio que nos es revelado como la Trinidad (Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo), Jesús fue el Creador no creado de todo cuanto existe.

“Todas las cosas por él fueron hechas”, dice Juan 1:3, “y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. En su carta a los Colosenses, el apóstol Pablo contabiliza a qué se refiere con “todas las cosas”:

En él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él (Col. 1:16).

Con todo, Jesús es más que el Creador. Él no solo hizo que el universo existiera y lo dejó ahí para que sobreviviera. Él fue, Él es y Él sigue siendo el Sustentador de nuestro mundo. Él ha tenido todo bajo control desde el principio y Él sostiene todo hasta hoy: Él “sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (He. 1:3).

Proverbios 8 nos permite vislumbrar también la vida preexistente de Jesús. Este pasaje es una descripción personificada de la sabiduría. Las Escrituras nos dicen que Jesús es la “sabiduría de Dios” (1 Co 1:24). Estos versículos deslumbran con nueva luz cuando se leen bajo esa perspectiva:

Cuando formaba los cielos, allí estaba yo;

Cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo;

Cuando afirmaba los cielos arriba,
Cuando afirmaba las fuentes del abismo;
Cuando ponía al mar su estatuto...
Cuando establecía los fundamentos de la tierra,

Con él estaba yo ordenándolo todo (Pr. 8:27-30).

¿No te parece hermosa esa imagen? Cuando Dios creó el mundo, Jesús estaba allí; no como un espectador pasivo, sino como quien obra de manera activa junto con su Padre, tal y como Él estaba presente cuando Dios estableció y puso en marcha el plan de salvación.

* Artículo adaptado del libro la Incomparable: 50 días con Jesús