Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa (Ro. 1:18-20).
Dios creó el mundo no solo para deleitarnos con su belleza y sustentarnos con sus recursos, sino también para cumplir un propósito moral significativo. Todo lo que Dios hizo está diseñado para confrontarnos con la existencia y la naturaleza de Dios y, de ese modo, confrontar nuestros delirios de autonomía y autosuficiencia. Cada mañana cuando nos levantamos nos topamos con Dios y nos encontramos cara a cara con su existencia. Él se revela en el viento y la lluvia, en el pájaro y en la flor, en la roca y en el árbol, en el sol y la luna, en la hierba y las nubes, en lo que vemos, olemos, tocamos y probamos. Todo lo que existe es un dedo que apunta a la existencia y la gloria de Dios. El ciclo de las estaciones señala su sabiduría y delidad. El hecho de que todos vemos la belleza de la creación, nos calentamos bajo su sol y nos baña su lluvia nos dirige hacia su amor y misericordia. Las tormentas estruendosas que estallan en relámpagos y sacuden con vientos impetuosos nos muestran la inmensidad de su poder. El mundo creado es un despliegue a todo color con sonido estéreo de la existencia y los atributos de Aquel que lo creó todo. El mensaje del mundo físico natural creado es tan completo y tan claro para todos que es preciso batallar para suprimir, negar y resistir lo que nos comunica.
¡Cuán bueno es Dios para entretejer en su creación recordatorios de Él! de modo que nosotros, seres portadores de su imagen creados para relacionarnos con Él, pudiéramos recordarlo una y otra vez con solo mirar el mundo que Él creó y que vemos por doquier.
Sin embargo, Dios en su infinita sabiduría sabía que la revelación general de la creación, la cual nos confronta con su existencia y su gloria, no podía impartirnos la clase de conocimiento de Él, el conocimiento necesario de nosotros mismos, una comprensión del significado y el propósito de la vida, y una conciencia del desastre del pecado y de la condición caída del mundo alrededor, que pudieran rescatarnos de nosotros mismos, conducirnos a Él para recibir su gracia salvadora y brindarnos un plan para vivir como hijos de esa gracia. Por eso nos dio el asombroso y maravilloso regalo de su Palabra.
Es importante agradecer siempre que Dios haya guiado y dirigido la escritura de cada porción de su Palabra y supervisado cuidadosamente el proceso mediante el cual los diferentes libros de la Biblia fueron protegidos, recopilados y preservados, de tal modo que pudiéramos tener en nuestras manos las palabras mismas de Dios y tener la certeza de que aquello que leemos es, efectivamente, todo lo que Él sabía que nos era esencial conocer y entender.
Cuando consideramos la doctrina de las Escrituras es imposible sobreestimar su importancia. La existencia, la inspiración, la autoridad y la confiabilidad de las Escrituras constituyen el fundamento sobre el cual se levantan todas las demás doctrinas. Si no existe tal cosa como una Escritura inspirada por Dios, si ella no me revela las verdades que son esenciales para el conocimiento de Dios, de mí mismo, del camino de salvación, entonces no tengo ningún derecho ni autoridad para decirme a mí mismo o a alguien más lo que es verdad.
Extraído del libro ¿Realmente crees?.