Por A. W. Tozer

En Filipenses 3:7-15 encontramos uno de los testimonios bíblicos más citados de un hombre que busca desesperadamente a Dios. Sin embargo, al leer este pasaje descubrirás lo que parece una serie de marcadas contradicciones en los escritos de este varón conocido como el apóstol Pablo. Es decir, solo parecen contradicciones. En realidad, hay mucho en las enseñanzas de Jesús que parece contradictorio. Esto también puede decirse de los escritos de los antiguos santos y de sus canciones y sus himnos. Pero no hay contradicción... solo pareciera haberla.

En el pasaje de Filipenses 3, el apóstol Pablo nos dice que aún no somos perfectos, pero luego declara: «Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos» (v. 15). Este anhelo de perfección constituye el ánimo y la condición de la Ley, los Sal- mos, los Profetas y el Nuevo Testamento. También representa el temperamento de todas las almas superiores que han vivido. Esas almas superiores son las que han escrito nuestros grandes libros devocionales y han compuesto nuestros himnos más sublimes. Nosotros, los indignos descendientes espirituales de estos grandes padres, a menudo entonamos tales himnos, pero difícilmente sabemos lo que estamos cantando.

Me encantaría que una de estas grandes almas nos hablara a veces en este estudio. No para agregar ni quitar nada de las Escrituras, sino para ilustrarlas, enseñarlas y exponerlas devocionalmente. Me refiero al libro La nube del no saber, que un autor inglés escribiera anónimamente hace seiscientos años. El escritor afirma que el propósito de su obra es ayudar a los hijos de Dios a crecer espiritualmente y así llegar a estar, como lo denomina, «unidos» con Dios. El libro se escribió en inglés preisabelino y es doscientos años más antiguo que Shakespeare, ofreciéndonos un lenguaje bastante pintoresco. Existen traducciones más recientes con lenguaje modernizado, pero prefiero el texto original. El antiguo escritor cuyo anhelo es que los cristianos empiecen a estar «unidos» con Dios hizo una corta oración que me gustaría explicar.

Al principio de este librito devocional, el antiguo santo ora: «Oh Dios, a quien todos los corazones están abiertos». Observemos que, en su oración, el autor afirma que delante de Dios todos los cora- zones están abiertos. Es decir, Dios puede ver dentro de ti, aunque cierres tu corazón con una llave y la deseches. Él podría seguir viendo tu corazón como si este estuviera abierto de par en par. El escritor sigue diciendo: «Para quien todo deseo es elocuente». Esta es una las doctrinas de la Biblia de las que hoy día no se escucha mucho, pero que se resalta con gran fuerza en La nube del no saber: que el anhelo del corazón de un hombre es la oración.

«La oración es el deseo sincero del alma, expresado o no», escribió James Montgomery siglos después, aunque supongo que no tomó prestada la idea de los escritos que estamos viendo, considerando que tal vez nunca oyó hablar de ellos. Pero «todo deseo es elocuente». En otras palabras, lo que deseas en tu corazón es elocuente y Dios escucha tus deseos, lo que decides hacer, lo que planeas en tu corazón. Como en forma inconsciente, añade: «Ante quien nada secreto está oculto». Es decir, ningún secreto está oculto ante Dios.

El escritor anónimo sigue indicando: «Purifica los pensamientos de mi corazón, y derrama tu Espíritu, para que yo pueda amarte con amor perfecto y alabarte como tú mereces». A algunos les preocupará que este escrito use la palabra perfecto como si promocionara la perfección espiritual. Me gustaría contrarrestar rápidamente esa pregunta con otra. ¿Hay algo malo en la oración del veterano santo? ¿Se puede encontrar algún error teológico en esta oración: «Oh Dios, purifica los pensamientos de mi corazón, y derrama tu Espíritu, para que yo pueda amarte con amor perfecto y alabarte como tú mereces»? Si esto te parece extremo y fanático, yo cuestionaría tu comprensión de la salvación total que Dios te ofreció a través de Jesucristo, porque el verdadero hijo de Dios diría un «amén» a este anhelo de amar perfectamente y alabar dignamente a Dios.

El escritor sigue diciendo que hay cuatro grados o etapas de crecimiento en la vida cristiana, cuyos nombres son: común, especial, singular y perfecta. Estas son las cuatro etapas. ¡Qué evangelista habría sido este santo! Si hubiera venido seiscientos años después habría declarado: «Así es como veo que son los cristianos».

La primera etapa o forma es el cristiano común; Dios sabe la multitud que somos. Luego está el cristiano especial, aquel que ha avanzado un poco, seguido en tercer lugar por el cristiano singular. La última etapa que enumera es el cristiano perfecto. Luego explica con mucho cuidado que las tres primeras formas (común, especial y singular) pueden comenzar y terminar en esta vida. No obstante, la cuarta etapa «puede ciertamente comenzar en la Tierra, pero continuará sin fin en la eternidad».

Me gustaría aclarar que ni el escritor de La nube del no saber ni yo somos perfeccionistas hasta el punto de andar por ahí con una benigna sonrisa de San Francisco diciendo que somos perfectos. Sin embargo, siempre encontraremos un lugar para avanzar hacia una madurez espiritual más profunda, pero ambos sostenemos la creencia de que al menos podemos comenzar a recorrer el sendero de la perfección o plenitud espiritual.

* Artículo adaptado del libro la Una fe más perfecta